Hay un músico desgalillándose frente a un micrófono de mala muerte Y su público es tan inhóspito que no podría ser peor su suerte Arrastrándose ante la súplica de oír de nuevo lo que ya conocen él se manda una de Sabina, una de Arjona para que la gocen. Y si había entre su repertorio una palabra propia y ganas de cantarla Que pasó tres noches traduciendo del alma al papel y luego a la guitarra Esta noche escoge no exponerse, cuando lo intentó, fue como tocar fondo Que la mesa diez lo interrumpió, gritando a coro "Cante la del Unicornio". Pero, a fin de cuentas, creador, se le ocurre una treta, sabe de estrategias Con las frases más trilladas puede armarse un cóctel como un rompecabezas: Y cantó, quisiera ser un pez, solo le pido a Dios salir de esta pecera Y cantó, y nos dieron las diez, las once y las doce en esta copiadera Cantó, quizás porque mi niñez sigue jugando, sé que hay más que estas fronteras Por la blanda arena, la que lame el mar, me encontrarás el día que me quieras Pero dejo sangre en el papel, y no adelantas nada sabiendo mi nombre Que no soy de aquí ni soy de allá, y la puerta de Alcalá a saber donde se esconde. Y si esto no puede ser más que una canción, la canto a regañadientes La prefiero compartida antes que vaciar mi vida de buenos clientes O me escuchan, o encienden la radio, que un trovador no es una rocola Compitiendo con la mesa ocho, y en la barra el sólo de la licuadora. La ironía es que aunque todo cambia, no cambia el letargo de esta letanía Ojalá las hojas no te toquen, noche a noche, la misma monotonía Si tuvo la culpa esa canción que me silbó un taxista de camino al chivo No es excusa para no atreverme a perder la atención si canto algo mío. Y a la noche se le fue la mano, el reloj de cuerda quedó suspendido Las señoras de las cuatro décadas, tan complacidas, sueltan un suspiro Que aunque no entendieron su discurso, tararearon algo conocido Pero gracias a la vida existen seres como ustedes con otro oído.