Todo comenzó con aquel niño en el trigal cuidando unas ovejas con anhelos. Un arpa en sus manos, una canción celestial tocando el corazón del Dios del cielo. Mientras más cantaba más se unía con su Dios, llenándose de su poder divino. Del campo hasta el palacio mil batallas conquistó en nombre de Jehová, su Dios bendito. Siendo niño fue capaz de conquistar aquel titán sin más armas que su fe en un Dios certero. Formó generaciones de cantores que entonaban las canciones de amor a un Dios perfecto. No había en su ser otro anhelo más profundo que el de entrar en la presencia de su Dios y el Padre que veía un corazón que lo anhelaba prosperaba su camino, derrotaba al enemigo porque Él vio un corazón dispuesto a todo con el fin de agradarle solo a Él. Siglos han pasado y aquel niño ya murió dejándonos las herencia del Mesías. La historia del legado en los Salmos nos dejó y en Cristo se cumplió esa profecía. Muchos hoy en día quieren levantar su voz buscando que conozcan su salterio. Revuelcan emociones y atribuyen todo a Dios y a eso quieren llamar ministerio. Ahora todo está basado en cuánto vendes, adónde vas, con quién andas, cuál es tu nuevo proyecto. Afirman enseñar a los demás cómo adorar, pero al que no conocen ven con menosprecio. Deslumbran con su voz y su aparente sencillez y no recuerdan de dónde Dios los sacó. Y el Padre aún buscando adoradores verdaderos, desde el cielo está mirando y entre el público buscando porque Él quiere un corazón dispuesto a todo con el fin de agradarle solo a Él.