Yo era un purretito cuando murió mi viejo; Fue tanta la miseria, que mi viejita y yo Comíamos llorando el pan mugriento y duro Que en horas de miseria mi mano mendigó. Mi pobre viejecita lavando ropa ajena Quebraba su espinazo al pie del piletón, Por míseras monedas con que calmaba apenas Las crueles amarguras de nuestra situación. Fui creciendo a la bartola, y a mis años juveniles Agarré por el camino que mejor me pareció... Me codeé con milongueras, me atoré con copetines, Y el mejor de mis amigos cuando pudo me vendió. De engreído me hice el guapo; me encerraron entre rejas Y de preso ni un amigo me ha venido a visitar, Sólo el rostro demacrado Y adorado de mi vieja Se aplastó contra las rejas para poderme besar. Por eso, compañero, por tantos desengaños, No me convence nadie con frases de amistad; Hoy vivo con mi madre, Quiero endulzar sus años Y quiero hacer dichosa Su noble ancianidad. Me siento tan alegre junto a mi madrecita Es el mejor cariño que tiene el corazón. Ese sí, que es un cariño Que nadie me lo quita, Cariño que no engaña ni sabe de traición. A usted, amigo, que es tan joven, le daré un consejo de oro: Deje farras y milongas... Que jamás le ha de pesar, Cuide mucho a su viejita, que la madre es un tesoro; Un tesoro que al perderlo otro igual no ha de encontrar. Y no haga como aquellos que se gastan en placeres Y se olvidan de la madre, y no le importa su dolor; Que la matan a disgustos y recién, cuando se muere, Se arrepienten y la lloran y comprenden su valor.