No en vano, amigo, persistes en saber Cuáles fueron las causas Que me han llevado a este encierro. Ay de ti, insensato, con qué brevedad Pasarán todas las cosas Que te adormecen y hechizan. Me estremece recordarlo, Sacrílegamente comulgado, He vendido a mi maestro. Felicidad la del pecador, Todo un deleite en su momento, Precipitado a un abismo, A despecho de consejos. Misericordioso, tened compasión Cuando mis labios fríos Sólo pronuncian tu nombre. Misericordioso, otorgadme el perdón, He tapado mis oídos Pero no acalla el tormento. Derramando últimas lágrimas, Vivo mi arrepentimiento En esta cárcel de fuego Donde el alivio es incierto. Desesperarse sin frutos A la sombra del Eterno, Apartado de los justos, Ya no me queda ni aliento. Son sólo ayes de sacrílego, Con promesas acariciados, Amedrentados con furia, Son ayes que queman por dentro.