Alguna vez, a todos, a mí mismo, Nos ha crecido un árbol en las manos O el mar sobre la frente O la esperanza, como alfombra extendida a nuesto paso. Al encontrar un verso entre la hierba, Al madurar el fruto del abrazo, Al escuchar palabras Que nos tientan el aire de palabras que arrastramos. Pero la madrugada llegó siempre Con su fusil a ciegas preparado Para segar la vida de los hombres O la ilusión nacida en nuestros vasos. Y cuando fue creciendo la mañana Nos quedó solamente nuestro asco Y una sed infinita, y la vergüenza De nuestro propio aspecto de borrachos.