François se despertó con el escozor de sus ingles Se quitó el bañador, aún húmedo, Recordando su sueño incómodo de verano: Un coito no consumado con una mujer fumadora de nubes De cuerpo desnudo cubierto por decenas de pequeñas tetas, Tumbada sobre las rocas mojadas Por la espuma rabiosa de las olas. El se acercaba a ella y tocaba en el pianito de sus pies. Entonces se despertaba. Cogió la pistola somnolienta de debajo de la almohada. Comprobó que estaba cargada Y la envolvió con la toalla Recordando la escena del sueño. El amor le resultaba lejano y extraño. Se puso una camiseta con una sirena serigrafiada. El bañador de repuesto también estaba húmedo, Pero no le importó; se guardó en la cintura Un paquete de cigarrillos y un encendedor. Salió al comedor Su madre estaba sentada pelando verduras. François la besó en la frente y ella sonrió en silencio. Estaban veraneando en un pueblo de la costa mediterránea. Dos semanas en un apartamento de alquiler pequeño y acogedor Escalera de caracol hasta la azotea, Dos dormitorios, salón con cocina y baño. No se veía el mar. Su padre fingía leer el periódico En su silla de ruedas con su mirada helada y muda. François se acercó a él y le dejó un cigarrillo Sobre las rodillas sin que su madre lo viera. François bebió de su tasa palpo el arma entre los pliegues de la toalla Miro a su padre y luego a su madre, Sus ojos verdes espejos irritantes de realidad Destellaron espejismos de piedad Primero apunto a su madre a la cabeza, agachada sobre las peladuras Le disparo en el centro del cráneo, se oyó un grave silencio Inmediatamente después le alcanzo a su padre en el centro del pecho François se levanto y salió corriendo del apartamento. Bajo las escaleras y salió a la calle sin mirar atrás Llego hasta la playa de agosto cientos de turistas infectados de cremas Meandose en el agua del mar exhibiendo sus cuerpos deformes Y vergonzosos e irritados por la invasión de dulces medusas iris aras Las mujeres enseñando al sol sus nuevas remodelaciones quirúrgicas Los hombres sus sacrificios de gimnasio. Olores cosméticos engendrando ira, castillos de arena enfermos Sombrillas inseguras claudicando ante el viento, Teléfonos buceando entre las faldas de las algas La gente asándose, hambrienta y sedienta de obsesivo descanso antinatural François planto su toalla cerca ese matrimonio con dos hijas gemelas Adolecentes, rubias de pelo y tostadas de piel Esas muchachas tenían el mismo rostro que la mujer de su sueño Ellas eran su anhelo, las culpables de sus orgasmos involuntarios Las musas de su amor abortado François contemplo con sus ojos verdes la epidermis del mar Infestado de colchonetas, balones de plástico, lanchas a lo lejos. François asió fuertemente la empuñadura del arma Casi sin apuntar comenzó a disparar a la familia Se oyeron agudos chillidos femeninos, llantos de bebe, gruñidos de hombre Se puso de pie y empezó a disparar a su alrededor El griterío invadió la playa, pero se podía oír el bostezo del sol. François cogió su toalla y empezó a pasear por la orilla Disparando a todos y todas a su paso hasta las cañas de los pescadores Sin la adrenalina, sin miedo En su corazón de diminuta guerra hormigueaba ingenua y perversa la emoción En su mente algunos equinados pensamientos. Volviendo al apartamento percibió en su boca el frágil Sabor amargo del ruido de su alma Prendido de la adolescencia Subió las escaleras a pata coja Abrió la puerta y vio a su madre de pie. El volvió a dispararle en el corazón El arma ya estaba descargada François se acerco al fregadero y la volvió a llenar Con jabón y agua.