No hallaba manera alguna de caminar con semejante carga. Para colmo, El rancho de doña Sebastiana era el más retirado del paraje. Le hubiera gustado deshacerse un rato del bulto y Sentarse a rumiar un tallo a la vera del senderito. Pero eso era imposible, Pues el peso no lo abandonaba ni siquiera cuando se estiraba en El catre, se le entreveraban los sueños, entorpecía su diaria labor. Por eso rumbeaba a lo de doña Sebastiana, a ver si se lo extirpaba de cuajo. Encima, flor de disgusto se tragaba Cuando pasando por algún caserío debía saludar. Nadie parecía notar la voluminosa carga que acarreaba. -¿Cómo anda Abelito? ¿Pa' donde se va yendo? -Pa' lo de doña Sebastiana, que ando con un peso en el pecho. -Sí, se lo ve más flaco Abelito. Que le vaya lindo. -Ta' luego. -Ta' luego. Había que tener coraje pa' soportar Tamaña carga y no entregarse a la muerte. El viento de la montaña parecía saberlo y hacía rato le venía Buscando las pisadas, Se le aparecía de golpe en los desfiladeros más Peligrosos y en la pampa llana, se cansó de volarle el sombrero. A veces, se le prendía del fardo y lo Zamarreaba como a una hormiguita por su hoja. Después de una larga travesía, c Uando las chuncas ya no le daban más a causa de la pesadumbre y La terrible contienda con el viento, llegó a lo de doña Sebastiana. Ni bien lo vio entrar, Y como diagnosticando una herida mortal, le dijo: -Mi hijo, ¿Cómo puede andar sufriendo así? -Vea doñita, pensé que era alguito pasajero nomás y mire Usted como se ha criado. ¿Qué puedo tomar a ver si se me pasa? La doña esbozó un gesto que andaba entre la ternura y la compasión: -Mire mocito - exclamó con una sonrisa- pa' estos males no hay yuyo Que valga, mejor váyase hasta una cumbre Bien alta y deje que el viento lo atraviese. Si es pena de andar queriendo nomás, ruegue a ver si él se la apropia. Pero sepa, hay cosas tan arraigadas como el verdadero Querer, que ni el mismísimo viento de Achala se la puede llevar.