Mi pueblo tiene la magia de la vaca en la vereda, De emparchar la bicicleta cuantas veces mereciera. De bajar naranja a gancho, de kermés en las escuelas, Y guardar la ropa sana como parte de la herencia. De cambiarle las revistas al quiosquero de la vuelta Y anotar en la libreta fiado al fin de las quincenas, De ponerle la esperanza redoblona a la quiniela Y estirar con agua y sal otro plato de cazuela. Pago de puertas abiertas a la calle y a la huerta, De costura y zapatero, de botón y media suela, Donde si rompe se arregla, con destreza y vocación. Porque nada es descartable, menos lo del corazón. Rinconcito que refugia la niñez vivida plena Doblao entre los tomates preparando pa la feria Cinchando el balde del pozo pa regar en primavera Persiguiendo las hormigas, la mulita o la crucera. De pesca con mediomundo, meta fritanga casera, De cascarilla molida en el mate de la abuela. De fumar chala y hojilla a escondida de la vieja Y quedarnos con el vuelto pa hacernos una gomera. De amanecer los domingos con las campanas de iglesia, Con el canto de los fierros que chillan en la carreta, Junto al sello inconfundible del olor a la galleta Del que amasa para otros y por otros vive a cuentas. Sin más tranca que un alambre pa asegurar las porteras Con medicina aprobada entre el cura y la partera, Curando a yuyo y masaje la migraña o las alergias, El empacho de capincho o las maldades de aruera. Pago de puertas abiertas a la calle y a la huerta, De costura y zapatero, de botón y media suela, Donde si rompe se arregla, con destreza y vocación. Porque nada es descartable, menos lo del corazón.