De pequeña, recuerdo que tenía miedo a la oscuridad Y es un recuerdo muy lejano y muy vago porque los adultos somos así Olvidamos a la primera de cambio los pavores inservibles, y a otra cosa Digamos que somos de problemática pragmática, imaginación de subsistencia, rudimentaria Pero, ahora que lo pienso, rebuscando, no recuerdo ningún otro problema de adulta que me haya causado más insomnios, angustias, y llantos ahogados Era meterme en la cama, apagar la luz, y caer en el más absoluto desamparo Sumirme en un limbo de sombras y nonatos pendulantes habitado por los peores demonios y monstruos imposibles, bien alimentados Que sabían mi nombre y pellizcaban con los ojos y colgaban amenazas en espejos y en payasos de porcelana Así cogí la costumbre de dormir con la cara tapada y con la espalda en la pared La idea de que me cogieran por la espalda me aterraba La idea de salir de la cama estaba descartada de antemano, porque debajo aparecían lagunas y masmas de raros colores poco apetecibles Y en el pasillo, Verónica, Verónica Y en el baño otra vez ese señor con barba con una cicatriz grande Mirándome desde el espejo, entre las velas Como en una extraña ceremonia para la que me estaban esperando Y lo peor no eran las imágenes, las visiones Lo peor eran las voces, las voces alegres, las risas en mitad de semejante espectáculo siniestro Los chillidos ausentes de los que vivían allí, si es que aquello existía y alguien por muy monstruo tres cabezas pudiera vivir allí Horrible, sin dios, sin sentido, como en un cuadro de el bosco De ahí cogí la manía de dormir con la puerta cerrada Si la dejaba abierta, tenía la opción de huir en caso de ataque repentino, pero ya saben Que el miedo paraliza Además, mejor la oscuridad que la penumbra La puerta abierta siempre daba a figuras sospechosas Destellos fantasmagóricos y cosas que cambiaban de sitio La puerta abierta daba al pasillo de los mil posibles Mis peores egos disfrazados de perritos y gatitos de peluche, mirando con sus ojos disecados desde el estante debajo del crucifijo y justo al lado de la niña de derrín Así que la cerraba y aprendí a convivir con los peores espectros Como una imaginación extremadamente avanzada, de visión láser, casi alienígena Y entablar conversación con cuasimodos y otros seres realmente ruines La otra noche lo estuve pensando Hace siglos que no me visitan Le estuve dando vueltas ¿En qué punto del trayecto perdí este universo? Me dio pena verme adulta, así, de repente, a la caverna de la imaginación rudimentaria Y solo pude darle dos respuestas lógicas que justificaran mi pérdida La certeza de que una lamparita bastaba para matar a esos bichos Y la certeza de que los peores bichos actúan sin piedad y en plena luz del día